Social Icons

twitterfacebookgoogle pluslinkedinrss feedemail

26 de diciembre de 2009

Cuento de Navidad

Aquella tarde estábamos jugando al Rugby, deporte que se me daba bastante bien por mi forma de correr, aquellos kilos de menos que hoy recuerdo desde este cuerpo ya no tan esbelto, me sacan los colores contando a todos ustedes que me llamaban la liebre.

Jugaba en la posición de Ala y a veces de Zaguero, me gustaba mucho este deporte, pero lo que más recuerdo de aquellos días de niñez fue una tarde de partido, un partido más, de esos que se disputan entre colegios de la ciudad.

Mi entrenador un tipo muy serio y duro en los castigos físicos, sí, nos castigaba físicamente, cada vez que hacíamos algo mal era el momento de cumplir con la vuelta al campo de rigor, a los que nos reíamos nos hacía dar dos y entre ellos siempre estaba yo.

Como os decía esa tarde era una más, pero la recuerdo con pasión, fue el mejor partido que he tenido en este deporte tan atrevido.

Ese día apareció la mujer del entrenador y llegó acompañada de su hijo, un muchacho algo raro para los que desconocíamos los secretos de la vida y el mundo del autismo.

Estaban en la banda la mujer con su hijo, el niño aplaudía cada vez que teníamos el balón y se enfadaba mucho cuando lo perdíamos o caíamos al suelo al ser placados, nosotros seguíamos jugando y no dejábamos de observar al hijo del entrenador, llegó el descanso y en el vestuario comenzamos a hablar sobre como era aquel niño y qué raro nos parecía.

En un principio decíamos barbaridades, es un niño subnormal afirmaban unos, tiene una enfermedad muy peculiar decían los más mayores.

Al bajar el entrenador al vestuario todos quisimos saber que le pasaba a su hijo y nos lo contó, tenía el Síndrome de Down, en esos momentos todos con la boca abierta nos interesamos en saber que enfermedad era esa y vaya que si lo supimos, nuestro entrenador a pesar de ser un cascarrabias muy serio era un excelente orador y en cinco minutos todo el equipo entendió que le pasaba a su hijo.

El capitán del equipo, un niño más mayor que yo, no recuerdo si un año o dos mayor, bueno para ser sincero lo estoy intentando adivinar, porque lo que más recuerdo de él es que pesaba el doble que yo y que una vez en un entrenamiento, estando en un moul, soporté su peso con la cabeza en un charco, casi me ahogo y eso que siempre fui buen nadador.

Como os decía este capitán era mayor y se le ocurrió la idea de que el hijo del entrenador jugase un poco con nosotros, que fuera durante un rato parte del equipo.

Se acercó al vestuario de nuestros rivales, amigos todos de otros partidos, en la ciudad sólo había dos equipos, así que como se imaginarán siempre jugábamos estos partidos contra los mismos y allí se puso a hablar con el otro capitán rival, un niño también mayor que yo, pero esta vez no por el peso, lo era por la altura, me sacaba dos cabezas y media, pero yo presumía de tener mejor zancada que él, aunque cuándo me placaba tenía que tragarme mis fanfarronadas.

Hicieron entre ellos un pacto y era que dejásemos jugar al hijo del entrenador un rato con nosotros, pero sabedores de lo que le pasaba y que deberían de tener mucho cuidado de no hacerle daño.

Fue el mejor partido de mi vida, el que más recuerdo de aquella época deportiva, no recuerdo el nombre de aquel niño, recuerdo que era el primer niño con esa enfermedad que conocía.

Le dejamos una camiseta y le pedimos el permiso al entrenador y a su madre contándoles el pacto de niños que habíamos hecho con el otro equipo.

La madre lloraba y ahora entiendo el porqué, su padre se puso aún más serio de lo que era y con voz ronca nos dijo: Por favor tener cuidado que sois muy burros.

Esta advertencia estaba llena de razón, éramos muy burros, nos dábamos mordiscos, apretones en las partes nobles y algún que otro lazo o corbata en los placajes, algo que sabía todo el mundo menos el arbitro que no debía tener muy buena vista porque nunca pitaba el recurrido golpe de castigo.

Allí estaba el hijo del entrenador con su camiseta de color blanco y negro, los colores del Salvador, gran equipo de Rugby hoy perdido en los recuerdos de mi niñez.

Esa camiseta transformó por momentos la cara de ese niño, era todo un cuadro de lo que es la felicidad, su madre no paraba de llorar cada vez que tenía el balón en la mano y todo el equipo le gritaba, corre, corre, hasta debajo de los palos.

Fue muy divertido, lleno de momentos insuperables cómo cuando el balón resbalaba en un pase y botaba al capricho de su forma de pepino, ese niño se reía a carcajada limpia y nosotros también.

Le dejamos probar todo lo que el deporte del Rugby tiene, la melé que era controlada a su antojo y conseguía mover con su cabeza enganchada en el trasero de un jugador, sacar una touch comprobando que no tenía muy buena puntería y lanzando algún que otro balón entre los palos, que se los contábamos como tanto si pasaba por  debajo.

Nuestros rivales, que no eran tales, porque ese día demostraron lo que era el compañerismo, estuvieron a la altura de ser auténticos deportistas, apoyaron en todo momento las jugadas del hijo del entrenador y fingían con gracia destornillante las caídas por placaje que este chico les hacía cuando tenían el balón.

Que tarde amigos, impresionantes recuerdos, pero no fue eso lo que hoy me hace recordar aquella tarde, fue unos días después cuando volvimos a tener entrenamiento, ese día nos llevó el entrenador al gimnasio y nos mandó sentar para darnos una pequeña charla que aún tengo metida en mi cabeza como un cuento de Navidad.

Habéis hecho muy feliz a mi mujer chicos, nos decía, aunque ella no paró de llorar en todo el partido, era la madre más feliz del mundo y os estoy eternamente agradecido, pero lo que más me llegó al alma fue que entendisteis que mi hijo puede ser uno más si gente como vosotros le deja jugar.

Hoy habéis dado un gran paso como deportistas y como personas, hoy os puedo llamar hombres a todos vosotros, esto no lo olvidaré nunca, con lagrimas en los ojos nos fue dando un abrazo y un beso a cada uno de nosotros.

Y así fue como recuerdo aquel partido, aquella tarde, a ese niño y a mi entrenador,  era la primera vez que alguien me decía que ya era un hombre, y eso no se olvida jamás y mucho menos en un cuento de Navidad.

FELIZ NAVIDAD






18 comentarios:

  1. Un maravilloso cuento, solo a la altura de la lección recibida.

    Por cierto, el rugby... maravilloso deporte. Tuve una fugaz carrera en mi época universitaria, al segundo entrenamiento se me rompió la clavícula, y hasta ahí. ;-)

    ResponderEliminar
  2. Hermoso cuento Senovilla que nos habla de solidaridad y de empatía. Cuanta alegría podemos proporcionar a otros con sólo pequeños detalles, pero para ello necesitamos la capacidad de saber colocarnos en los zapatos del otro. Me ha gustado mucho. Es muy tierno e instructivo este cuento. Un abrazo muy grande

    ResponderEliminar
  3. Este cuento es todo corazón.
    Gracias senovilla y un abrazo

    ResponderEliminar
  4. Preciosa historia amigo Senovilla. Esos momentos son los que uno recuerda con dulzura y emoción. Una buena acción que hicisteis todos juntos... me imagino a esa madre emocionada...
    saludos y Feliz Navidad.

    ResponderEliminar
  5. " Puede ser uno más si gente como vosotros le deja jugar". Que bonito. Felices Fiestas

    ResponderEliminar
  6. Precioso cuento...

    Muchos besitos y felices fiestas.

    ResponderEliminar
  7. Es un cuento maravillo en estas fechas de la Navidad.
    Que siempre sigas siendo la misma persona para los demás.
    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  8. Leì el final del relato con làgrimas en los ojos, tuve cerca por razones de trabajo algunos peques down, hicimos una bella relaciòn y hubo una niña que realizò un trabajo en la escuela para el dìa de las madres y llegado el momento no se lo entregò a su mamà, le explicò que lo hizo para mi porque YO era distinta.... Uau! me veìa diferente porque la trataba como a cualquier niño,sin hacer diferencias...
    Si todos aprendieramos a integrar a las personas que tienen una capacidad diferente, serìamos inmensamente ricos espiritualmente.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  9. Aunque tu no lo creas todos los días entro en tu rincón el que encuentro de mi agrado, lo contrario no lo haría, que tus palabras sigan adentrándose en el fondo del corazón de este humilde abuelo,
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  10. Qué gran lección de solidaridad, amigo Senovilla. Me ha emocionado este post.

    ResponderEliminar
  11. Que bonito!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

    Me ha encantado.

    Un besazo

    ResponderEliminar
  12. Grande el cuento, la actitud, y la lección aprendida.

    Abrazo

    ResponderEliminar
  13. Cuando miramos con el corazón desaparecen las diferencias.

    Hermoso cuento y grandísima lección de amor y humanidad.

    Muchas gracias por compartirla :)

    Un gran abrazo!!
    Pili

    ResponderEliminar
  14. No he disfrutado!, Aparecieron esas imágenes de ese momento especial que nos narra. Si, hay emociones, momentos que no se olvidan y que forman parte de nuestra buena colección de vivencias.

    Vengo a desearle lo mejor por siempre. Un fuerte abrazo :)

    ResponderEliminar
  15. Lo publiqué hace tiempo porque me encantó y tuve comentarios de todo tipo.
    ¿Como es que no se me actualizó tu blog???
    Muy acertado este relato para estas fechas.
    Un abrazo y... Volví ;)

    ResponderEliminar
  16. muy bonito. este es el espiritu que no tiene que perder nuestro deporte.

    ResponderEliminar

 
Powered By Blogger

Sample Text

iconos

twitterfacebookgoogle pluslinkedinrss feedemail