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19 de diciembre de 2011

Un Diluvio Acontecido

Hoy les traigo de nuevo una contra-invasión de uno de mis últimos descubrimientos en la blogosfera que ha sido un premio más en este largo viaje que como peregrino estoy realizando.

Ya saben que me gusta la gente con talento y por ello Mauro Navarro vuelve a estar en esta casa para que más lectores se animen a seguir su estupendo rincón, lugar dónde el verbo se baila al son de adjetivos y frases llenas de ritmo.

Les dejo con Un diluvio acontecido y su RSS por si quieren seguir a Mauro Navarro:

Siempre me contaron, que el día que se casó Neo, la cima del monte se juntó con unas nubes grandes, que descargaron una lluvia tan torrencial, que ni los más viejos del lugar pudieron recordar, hurgando en su memoria, semejante diluvio acontecido. 

Dijeron que caían gotas de kilo y que todas las sillas de madera de los bares veraniegos que se ponían en la plaza, bajaron hasta la Iglesia como en un desfile procesional de Semana Santa.

Se ahogaron las mulas, se inutilizaron los carros y perecieron tantas ovejas, que durante mucho tiempo, comer carne de cordero estuvo tan solicitado, que solo fue privilegio de los más pudientes. 

Inundó el agua las casas como en aquellos tiempos perdidos en la memoria, cuándo en gran parte del pueblo aun no existía el agua potable y el uso de cuartos de aseo, era cosa como de película. 

Se pudo ver, como algunos aprovecharon para quitarse las costras acumuladas durante años y muchos de los que se creían morenos a causa del tórrido sol a que estaban sometidos en el verano manchego, comprobaron con asombro, al mirarse en los espejos, como sus caras cambiaron y unos rostros relucientes y despojados de mugres milenarias asomaron nuevos y sonrojados ante sus ojos.

Se desencadenaron entonces los deseos y los maridos corrieron por los pasillos persiguiendo a las esposas, que lozanas y aseadas, provocaron en estos deseos tan contenidos, que nueve meses después, se observó con grato asombro, como el censo se incrementó con la llegada de un buen número de tiernos infantes.

Y uno de ellos debió ser, según constó en los padrones, el hijo de un hombre recio al que apodaban El Ruto.

Contaron las malas lenguas, que ya en aquellos momentos, esta pequeña criatura cubierta de pelo negro, despertaba alborozado si el olor del anís penetraba por sus narices. 

Por ello muchos años después, en tiempos más actuales, siempre destacó por beber tales dosis de esta bebida incolora, que su aturdida mente llegaba a tal estado de éxtasis y sosiego, que podía vérsele durmiendo durante días, plácido y sereno en los portales de la plaza, sin importarle el frío o el calor, ni la compañía de algún perro que, errante y abandonado, se acercaba a lamerle las orejas y a erizarle por el gusto del cosquilleo, unos inmensos bigotes que tiempos atrás había dejado crecer para satisfacer los deseos y apetencias de una esposa pasajera, que como ave migratoria dé corto paso, había encontrado en una de sus azarosas visitas a los poblados burdeles que circundaban las afueras del pueblo.

Era de buen ver; oronda, rubia de anchas caderas, pechos vigorosos y cierto es que extrañó a los más viejos del lugar, ver a una hembra de tales bríos, con aquel patán desmadejado. 

Se hicieron lucubraciones y corrieron en los casinos millares de apuestas sobre el tiempo que habría de durarle tal criatura al pobre Ruto. 

Al acercarse el día de la boda, hubo grandes celebraciones y corrieron ríos de vino; se consumieron docenas de botellas de anís y un olor rancio de borrachera se extendió por todo el pueblo, hasta que siete días después, una mañana de densa niebla, un viejo centenario que barría de hojas y papeles la plaza de la Constitución, tropezó de repente con un bulto recostado al lado de la fuente de los leones y quedó invadido por el asombro, cuando pudo comprobar, que aquel hombre al que le colgaban sendos témpanos de hielo de los agujeros de la nariz, era el Ruto roto por la melancolía.

Avisados con urgencia los médicos, le dieron friegas de agua caliente y prepararon inmensas ollas de tisana, para recuperar aquel cuerpo destrozado por la añoranza y el abandono en que le había sumido la partida de la recién estrenada esposa, que había huido presta, con dinero y documentos, que acreditaban como española, a quien en realidad era, una dominicana experta en las artes y excelencias del oficio más antiguo del mundo. 

Nadie la vio partir, y ningunos ojos pudieron ver el rumbo que tomaba su figura sinuosa. 

Solo mucho tiempo después aseguraron que Casimiro, un hombre gris que siempre viajaba en los viejos trenes que iban hacia el norte, descubrió a la dominicana en un burdel de las afueras de Betanzos.

Casimiro salía del pueblo, sistemáticamente, el primer día de cada mes, a vender las navajas que su padre y un hermano corto de luces y entendimiento, del que nadie recordaba la edad, ni el día que lo parieron, fabricaban en una vieja fragua comida de hollín por los cuatro costados. 

Comentaban las malas lenguas, que vivían como perros y que la madre muerta muchos años antes, había perecido medio loca en la cuadra de los cerdos. 

Casimiro volvía, también por costumbre, el primer día, de la segunda quincena de cada mes, sin navajas y con los bolsillos menguados, por su reconocida afición a recorrer todas las casas de mujeres de vida fácil que encontraba por el camino.

Por ello, las noches en que se le encendía la pasión y el inmenso arrebato del deseo le quemaba la sangre, peregrinaba furtivo, escondiéndose entre sombras, hasta la casa de la Inés y anunciaba su presencia con breves aldabonazos en la puerta. 

Cuando tardaba en abrir, sabía Casimiro que la Inés estaba ofreciendo sus favores a otro pobre necesitado. 

Entonces vagaba dando vueltas al cuarterón, hasta que el odiado visitante abandonaba la casa y repitiendo el mismo serial, se abría la puerta y aparecía la Ines, sesentona, sobrada de carnes, invitándole a pasar complaciente y distinguida.

13 comentarios:

  1. Lamentablemente esta historia se ha repetido en muchos puntos de nuestra geografía... gente sin escrúpulos que supieron ver en la soledad de noblotes inocentes su pasaporte para conseguir los ansiados papeles.

    Un abrazo para los dos.

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  2. Gracias Senovilla, por acogerme nuevamente en tu preciado rincón ya que gracias a el empieza a ser numerosa la familia. Esperemos que el nuevo gobierno, aunque jodido estará, subvencione al patriarca de tan numerosa prole. Felicidad y a seguir con tu buen hacer. Un abrazo.

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  3. Nada que añadir a las palabras de Javier que comparto.
    Gran invasión la de hoy mi querido Peregrino, hermosa prosa y excelente dominio de la lengua ¡fantástico!
    Felicidades a ambos y, como siempre, besos a repartir ;)

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  4. ¡Uys! No ha salido mi comentario :( Allá voy de nuevo.
    Nada que añadir a las palabras de Javier que comparto.
    Mi querido Peregrino la invasión de hoy me ha impresionado por la calidad de la prosa y el dominio de la lengua que posee Mauro ¡que envidia me da! sana por supuesto.
    Felicidades a ambos y besos a repartir ;)

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  5. Una historia muy real y muy bien explicada.
    Un abrazo a los dos

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  6. Como bien dice Lola: Una historia real, excelentemente narrada por Mauro, un eximio escritor!
    Una contra invasión de lujo!
    Saludos a los dos!!
    Lau.

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  7. Senovilla te deseo Feliz Navidad y gracias por tu labor. Un cordial saludo desde…
    Abstracción textos y Reflexión.

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  8. Una história totalmente extremecedora...


    MUY FELIZ NAVIDAD Y UN AÑO 2012 LLENO DE ALEGRIA Y PROSPERIDAD


    Gracias

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  9. Una história totalmente extremecedora...


    MUY FELIZ NAVIDAD Y UN AÑO 2012 LLENO DE ALEGRIA Y PROSPERIDAD


    Gracias

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  10. Fuerte historia.

    Senovilla Feliz Navidad y exitoso año 2012 para ti y los tuyos
    Recibe un fueerte abrazo

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  11. Gracias a todos por vuestros comentarios, os dejo un abrazo para compartir.

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  12. Muy buena narración y buen narrador.
    Un saludo.

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