Aquel día estaban ya atrincherados en la fortaleza de Simancas miles de cristianos dispuestos a defender sus tierras e impedir el avance de aquellos infieles que atentaban una vez más contra aquellos que aún soñaban con recuperar aquella península perdida.
Al otro lado un ejército liderado por Abderramán III dispuesto con 100.000 hombres que en nombre de su Campaña del Supremo Poder deseaba acabar de una vez por todas con ese pequeño Rey que no era otro que Ramiro II y que era la gran amenaza para la Cordoba musulmana y su hegemonía en la península.
Ambos ejércitos estaban muy bien preparados, el pequeño reino de Ramiro recibió ayuda de aquellos que aún Abderramán creía como aliados pero que ante su tiranía se convirtieron en su enemigo para ayudar a los cristianos, pero aún, con todo ese potente ejercito, Ramiro no las tenían todas consigo, Simancas era la clave para evitar que los moros llegasen al Norte y exterminaran la reconquista para siempre y con ella la cristiandad.
El día 19 de Julio del 939 todo iba a ser diferente y cambiaría el curso de la historia, nada tendría que ver el poderío de un ejército o la furia del otro, un fenómeno natural haría que el ánimo para conseguir la victoria se pusiera del lado de Ramiro y sus hombres.
Esa mañana el sol brillaba, pero de pronto, comenzó a desaparecer el sol lentamente, haciendo que la oscuridad se apropiase de la fe de los infieles y que durante los días de preparación para la batalla este fenómeno nunca visto por ellos, fuera una mella importante en su moral para la victoria.
Esa mañana los cristianos atónitos también observaban con estupor los acontecimientos, pero los monjes y la moral católica de Ramiro no hizo ensombrecer para nada la moral de sus guerreros, hizo para él este fenómeno como una señal a la medida con la que mostrar a su pueblo que Dios les guiaría hacia la victoria contra el infiel.
El día uno de Agosto comenzó la batalla cuerpo a cuerpo, la sangre bañaba aquellas tierras castellanas con el cálido rojo de ambos bandos, pero algo especial tenían las tropas cristianas que comenzaron a mostrar su valía, quizás por la moral muy alta al saberse protegidos por aquella señal de Dios que tan bien les vendió Ramiro y sus monjes.
Fue una de esas pocas ocasiones en que un fenómeno extraordinario decidiría el transcurso de la batalla a favor de un bando, un eclipse de sol salvó en aquel acontecimiento a la Cristiandad.
Ramiro defendió Simancas, Abderramán no pudo conquistar aquella fortaleza y ante el temor y la baja moral de sus tropas, decidió plegar sus fuerzas y batirse en retirada, pero aún no había acabado aquel presagio de mal yuyo para los moros...
¿Cómo terminó definitivamente aquel encuentro?, se lo contaré en otra ocasión, pero esta vez con un lugar de leyenda, que aún hoy en día se sigue buscando en nuestra geografía peninsular, a todos nos gustaría saber dónde se encuentra Alhándega, lugar dónde Abderramán probó la verdadera fuerza de la reconquista que siempre residió en los campesinos que deseaban recuperar esas tierras robadas por el sur.