Corría el siglo XVIII y un Virrey llamado Ambrosio O`Higgins gobernaba el Perú y su afán era mejorar todo lo posible aquellos problemas que tenía allí, que eran muchos y su mandato abarcaba lo que es hoy Perú, el norte de Chile y gran parte del oeste de Brasil.
Ambrosio se enfrentaba a uno de los problemas más acuciante del momento, la población de la capital del Virrey tenía que soportar escándalos nocturnos muy molestos que irritaban a toda la población pues terminaban en reyertas y lastimosas muertes innecesarias.
En aquel momento se le ocurrió dictar un toque de queda a partir de las 10 de la noche y para vigilar que se cumplía su decreto creó cinco guardias con un capitán al mando de cada una. Sus ordenes eran claras y tajantes: "Quiero que la justicia sea igual para todos" "Pasadas las 10 de la noche al calabozo con todo ser viviente".
Así que aquella noche con toque de queda impuesto a las 22:00 a Ambrosio le apetecía comprobar que sus órdenes se cumplían tal y como las había dictado y efectivamente así era ya que con cada guardia que se iba topando, le daba novedades de como iba la noche y la cantidad de gente que era llevada a los calabazos por no cumplir aquello de no circular por las calles pasado el toque de queda.
Ya eran cuatro las guardias que se había topado y llegó la quinta que era mandada por un capitán muy estricto y buen militar que tras dar el alto al Virrey procedió a detenerle y llevarle al calabozo.
¿Pero cómo se le ocurre hacer a usted esto, está loco? Decía Ambrosio en su traslado al calabozo. No señor, yo soy un buen capitán y cumplo sus palabras al pie de la letra, usted mismo dijo que todo ser viviente al calabozo con él y la ley es igual para todos ya que todos somos iguales ante la ley sí o sí.
Aquella noche el Virrey Ambrosio se la pasó pernoctando en un calabozo cumpliendo con una máxima de la legalidad, todos somos iguales ante la ley.
A los cuatro capitanes de las guardias que vieron y dieron novedades al Virrey se les destituyo de su cargo y al ejemplar capitán que los tuvo bien puestos como mandan los cánones de la obediencia y cumplimiento del deber se le llenó de reconocimiento por parte del Virrey, tanto a él como a su guardia que en todo momento sabían que lo que hacían era lo más correcto.
Hoy en día, han pasado ya tres siglos de aquella historia, nos encontramos con el gran dilema de si la ley es igual para todos y muchos afirman que no, ya que si alguien pretende hacerla cumplir igual igual para todos se suele llevar una destitución o simplemente es apartado de sus obligaciones para que así haya paz y después gloria para aquellos que pretenden que la ley no sea igual para todos, es un mundo de intocables amparados en aún no sé que derechos.
Y amigos lectores, así nos va y así nos crece el pelo, viendo y leyendo, viendo que injusta es la realidad de nuestros días ante tanta corrupción y desconfianza política y leyendo una España ya vieja y quizá olvidada que nos deja enseñanzas tan importantes como que la ley es igual para todos sí o sí y todo ser viviente que no la cumpla, sea quién sea, al calabozo con él, sí o sí.
Sean felices amigos, no queda otra.