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6 de enero de 2012

El Sentido Profundo de Peregrinar

Un día tan especial como el de Reyes Magos me trae de regalo un artículo invasor de Fer, qué tras su calurosa acogida en su rincón ha pensado que estar aquí en el mío sería también especial, así que sin más dilación les dejo con A boca de Jarro.

Peregrinar es un rito compartido por la inmensa mayoría de los credos, y el peregrino es el símbolo viviente del tránsito de nuestra vida desde el día en que nacemos hasta el que morimos, más allá de nuestras creencias sobre qué pasa después.

Cuando era pequeña, me enseñaron que nunca caminamos solos, y que en los momentos más difíciles de nuestra travesía existencial, las huellas que vemos marcadas en la arena de nuestro pesado paso por los tramos más arduos son en realidad las huellas de Aquel que carga con nosotros a cuestas cuando nuestras fuerzas no bastan para seguir andando. Al oírlo de pequeña, fue una bonita historia. De grande, lo experimenté en carne propia, más de una vezEs lo que llaman una cuestión de fe.

Ya de adolescente, a los diecisiete años, decidí unirme a la peregrinación anual a pie al Santuario de la Virgen de Luján, Patrona de los argentinos. Fue aquel un año especial por varios motivos: se fueron de este mundo mis tres abuelos peregrinos inmigrantes españoles. Y terminaba yo mi recorrido por la escuela: se iniciaba en mi vida una verdadera peregrinación. Ofrecí entonces la caminata que cubre 65 Km., que logré hacer en 24 horas, por la memoria de mis abuelos idos, quienes, según yo creía y aún creo, se fueron a seguir su peregrinación a un mundo mejor, y para ofrecerle a la Virgen mis pasos en lo que se me hacía un futuro incierto.

La experiencia de peregrinar fue sin dudas muy esclarecedora. A pesar de mi juventud, entendí que la vida se parecía mucho a esa peregrinación. Tanta gente distinta y, sin embargo, unida por lo más valioso de nuestra humanidad: nuestro sentido de fragilidad, de transitoriedad, nuestra necesidad de encomendarnos a una fuerza superior que nos ampare en nuestro recorrido por un camino que a veces parece que se angosta, porque cae la noche e inunda la oscuridad, por la lluvia, el frío, la neblina. Y a pesar de ello, todos nos encontrábamos en la misma senda, intentando llegar a un destino que nos diera una esperanza que resignificara nuestro cotidiano peregrinar.

Encontré todo tipo de gente en aquel recorrido hacia la majestuosa basílica de Nuestra Señora de Luján. Había allí gente mayor que se apoyaba en bastones, gente imposibilitada de caminar sobre sus propios pies que se desplazaba en sillas de ruedas, gente que andaba descalza, de rodillas, gente con niños pequeños, sanos o enfermos, sobre sus hombros, hombres sin trabajo portando imágenes del  Santo Patrono del Trabajo, San Cayetano, y andando, mujeres con lágrimas en los ojos, y muchísimos jóvenes. Éramos millones.

Arrancamos con bríos, como en general se arranca toda empresa. El sol del mediodía nos obligó a hacer nuestra primera parada para comer algo liviano, hidratarnos y descansar, sin parar de caminar de golpe hasta por fin tendernos a la sombra con las piernas hacia arriba para que la sangre irrigara nuestro cansancio primero. Por la tarde nos animamos con cánticos, mates y las historias compartidas de nuestros motivos de peregrinar con el grupo de boy scouts que nos acompañaba y asistía. Y comenzaron a sentirse los efectos de la caminata al caer el sol. Con los años descubrí que además de que esa era la hora lógica para que el cuerpo mostrara los signos de fatiga naturales del peregrino, la puesta del sol es una hora del día especial en general, que tiende a acongojarnos y a llenarnos de sentimientos intensos. Aparecieron las primeras llagas en mis pies, y tuve que hacer una parada técnica para que me asistieran en un puesto sanitario. Me quedé atrás de mi grupo, junto a otra compañera que tuvo el mismo problema, y un boy scout que se quedó a acompañarnos. Luego de una sopa caliente y con nuestras llagas debidamente vendadas, resumimos la marcha hacia la noche que se adentraba en el horizonte. Y comenzó la lluvia. Reinaba el silencio, y se hacía muy pesada la marcha. Con nuestra protección para el agua, comenzamos a sentir frío y a tiritar. Hubo algún intento de plantar, de subirnos al tren, pero aquel muchachito scout que se había quedado tenía una misión especial: él fue quien ofreció sus hombros, sus brazos y sus manos para sostenernos, así como su amena conversación para distraernos, y su corazón enorme y "siempre listo" de scout para hacernos ilusionar con el momento en que despuntara el alba y lográramos divisar las torres de la cúpula desde la ruta.

Y así sucedió. Paró la lluvia, se despejó el cielo, y con los ojos empañados, mezcla de dolor y alegría, vimos por fin nuestro destino imponente, alzándose hasta el cielo desde lejos. Ese fue finalmente el tramo más arduo: cuando sentimos que ya habíamos alcanzado la meta, pero quedaban los últimos mortíferos kilómetros por cubrir. Era como ver un oasis en el desierto. Allí sí hubo que poner mucha garra y voluntad, superar el dolor mortificante y los calambres musculares  encomendándonos a aquella Señora a quien queríamos llegar.

En nuestro peregrinar cotidiano nos enfrentamos con una serie de pruebas y apuros que desafían nuestra determinación y nuestra fe, sobre todo, nuestra fe en nosotros mismos, y aprendemos que para llegar a destino es necesario sortear peligros insidiosos y tentaciones amenazadoras. Peregrinar nos revela la convicción profunda de lo que San Pablo llama"Certa bonum certamen" ("Lucha la buena lucha"). Y como dice Paulo Coelho en su novela El peregrino, una intensa parábola sobre la necesidad de encontrar nuestro camino en la vida:

"El camino es el que nos enseña la mejor manera de llegar, 
y nos enriquece, mientras lo atravesamos."


Les deseo a todos los peregrinos de la blogósfera que el camino de la vida los colme de bendiciones y hallazgos en vuestro peregrinar, y agradezco la posibilidad que hoy se me brinda de hacer mi paso y dejar mi pequeña huella, una más de tantas,  en la morada de un buen peregrino. 


Ha sido un honor tener tu huella en mi rincón, un lección más de vida que deja aquí una amiga virtual que cala hondo en el corazón, gracias FER.



4 comentarios:

  1. Es lo que nos queda Senovilla... peregrinar y rezar.

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  2. Muchísimas gracias, José Antonio, por tu peregrinar y tu corazón de peregrino y scout, un corazón cálido, generoso y abierto a los demás que nos permite a los caminantes de la blogósfera descubrir nuevos destinos que le dan sentido a esta devoción bloguera compartida. Llegar a tu casa es un poco como llegar a Luján para mí.

    Podría haberles compartido lo que sucede cuando uno llega a destino: los peregrinos avezados que peregrinan todos los años saben que al llegar a Luján, no debes parar de andar de golpe ni sentarte ni echarte a dormir, aunque es eso lo que te pide el cuerpo. Esto también enseña. Cuando creas que has llegado, siempre aprenderás que debes continuar en movimiento: si te detienes entonces, tu peregrinar te dejará imposibilitado de mover las piernas.

    El logro de la peregrinación es lo que has aprendido de la peregrinación misma más que el hecho de haber llegado a destino.

    ¡A seguir andando, a seguir peregrinando, que lo nuestro es andar!

    ¡Un beso grande con abrazo para ti y para todos los que te siguen en este día especial de la celebración de Reyes!

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  3. Gonzalo, Logio, gracias amigos.
    Fer, las gracias te las doy yo a ti por tu generosidad y por dejar una huella tan especial en este tu rincón, el cual comparto con la ilusión de un scout.

    Besos y abrazos para todos.

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